El secreto del éxito, según él: amar profundamente su país, pero vivir lo más lejos posible de él.
Toronto, Canadá — Contra todo pronóstico y rompiendo las estadísticas nacionales de frustración artística, un ecuatoriano ha alcanzado lo inalcanzable: vivir únicamente de su arte. Sin herencia, sin palancas en el Ministerio de Cultura y, sobre todo, sin quedarse en Ecuador.
Carlos M., originario de Cuenca y ahora residente en Toronto, ha encontrado en el arte no solo una vocación, sino un negocio rentable. “Me dedico 100% a vender artesanías ecuatorianas”, afirma con la serenidad de quien ya no tiene que participar en ferias donde el stand más exitoso es el que vende encebollado.
Su propuesta artística consiste en piezas “inspiradas en la riqueza cultural del Ecuador”, que comercializa en mercados de Toronto a precios que en su tierra natal serían motivo de indignación nacional. “Aquí la gente valora lo auténtico, lo étnico, lo que parece sacado de una comunidad que no tiene luz”, comenta mientras entrega una máscara shuar a una turista belga que cree haber adquirido una reliquia milenaria, sin saber que fue ensamblada el mes pasado por una fábrica en Guangzhou.
Para Carlos, el amor por Ecuador es innegociable. “Todo lo que hago está impregnado de mi identidad nacional”, dice con orgullo, mientras toma un maple syrup latte en una cafetería donde el Wi-Fi no se cae y el barista no lo llama “mi jefe” para pedirle cambio.
“En Ecuador era un artista emergente. Aquí, soy un artista consolidado. La diferencia está en que allá emergía del desempleo, y acá emergí del aeropuerto”, explica.
Mientras tanto, sus seguidores en redes sociales lo felicitan con comentarios como “¡Qué orgullo! ¡Un ecuatoriano triunfando en el extranjero!” sin saber que las “artesanías ecuatorianas” que vende vienen cuidadosamente etiquetadas con un sutil pero revelador: Made in China.